sábado, 11 de mayo de 2024

SINCRONICIDAD

todos nos ha sucedido que de pronto empezamos a ver de forma repetida una marca de carro,  una letra, o pensamos intensamente en una persona a quien hace tiempo que no vemos y justo nos la encontramos o nos llama inesperadamente. Las sincronicidades son un fenómeno psicológico y filosófico del que se cuentan muchos ejemplos fascinantes.

Uno de los más célebres lo vivíó el  actor galés Anthony Hopkins, quien hace años quiso empezar a prepararse para protagonizar la versión cinematográfica de la novela La chica de Petrovka, del escritor George Feifer. Como no había leído el libro, Hopkins salió un día de su casa de Londres y tomó el metro para ir a comprar en libro. Una tarea que le resultó imposible, pues el libro estaba agotado en todas las librerías de Charing Cross que visitó. Frustrado, decidió regresar a su casa, y para ello volvió a tomar el metro en la estación de Leicester Square. Al ir a sentarse, se encontró con que alguien había dejado abandonado un libro sobre su asiento, un ejemplar viejo y plagado de anotaciones. Lo tomó y cuando leyó el título se quedó asustado. Se trataba de La chica de Petrovka. Dos años después, durante el rodaje de la película, Hopkins conoció al autor de la novela, quien le contó que dos años antes le había prestado a un amigo esta novela,pero que éste la había perdido en el metro. Cuando Hopkins le mostró el libro que se había encontrado, ambos quedaron muy sorprendidos. Hopkins no solo había encontrado el libro que buscaba, sino que, además, se trataba del mismo ejemplar que había perdido Feifer.

El psiquiatra Carl Jung, el mayor estudioso de las sincronicidades, contó una de las más extraordinarias, relativa a una de sus pacientes. Una madre alemana fotografió a su bebé en 1914 y llevó la placa a revelar a una tienda de fotografía de Estrasburgo. Al poco, estalló la Primera Guerra Mundial, circunstancia que hizo imposible que esta madre pudiera recoger la fotografía. Dos años después, la mujer compró una placa de película en Munich, a kilómetros de distancia, en este caso para tomar una foto a su hija recién nacida. Al revelarla, el técnico descubrió una doble exposición: la fotografía de la niña estaba superpuesta con la primera foto que la mujer había tomado a su bebé en 1914. Por alguna razón, la placa original, adquirida en Estrasburgo, no había sido revelada y había sido revendida como si fuera virgen. La misma mujer, en dos ciudades distintas, había comprado la misma película para fotografiar a sus dos hijos recién nacidos.


La vida nos regala a menudo pequeños momentos mágicos que toman la forma de situaciones azarosas, felices coincidencias, reencuentros fortuitos o sincronicidades asombrosas a través de las que quizá intuimos una vía hacia lo extraordinario. Personas o circunstancias que surgen en el momento preciso en que las necesitamos, como si fueran señales del camino que debemos emprender.

Estos fenómenos misteriosos nos han cautivado desde siempre. En la Grecia antigua Pitágoras hablaba de la “armonía de todas las cosas”. Heráclito también creía que el mundo estaba gobernado por un principio de totalidad. Hipócrates, el padre de la medicina, creía que todas las partes del universo estaban unidas las unas con las otras. Una visión que le llevaba a explicar las coincidencias significativas como “elementos simpáticos” que se buscan los unos a los otros. En Oriente, la filosofía taoísta o la espiritualidad budista o hinduista también concebían un universo interconectado e interdependiente.

Pero el padre de las sincronicidades es, sin duda, el ya mencionado psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. Para Jung, las sincronicidades son acontecimientos conectados los unos con los otros no a través de la ley causa-efecto, sino a través de lo que se conocía como “simpatías”. En la sincronicidad se da una coincidencia entre una realidad interior (subjetiva) y una realidad externa (objetiva), en la que los acontecimientos se vinculan a través del sentido que nosotros les damos.


Cómo siempre : PERDONEN LA POQUEDAD  


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